Nicole me dijo una vez que lo que es verdaderamente
fácil, lo realmente previsible es lo que está en nuestra lista de cosas sin
importancia. Todas esas cosas que no hacemos simplemente porque nos importan
una reverenda mierda. A todas ellas le ponemos una excusa que ha oídos de los
demás tiene sentido pero que en el fondo ni nosotros mismos sabemos cómo
convivir con ella. Pero bueno, no puedo decir que lo que Nicole me contase
estaría bien ya que entonces abría que catalogarla como persona en vez de
personaje y eso dado a los años de experiencia no tendría ningún sentido; sería
como insultar a Platón y a Aristóteles diciéndoles que la Tierra no es redonda
sino cuadrada. Dejemos de lado todo esto, volvamos a la realidad. Al momento
clave donde comienza la acción. Al veinticinco de Octubre, fecha que con el
tiempo empezaría a cobrar un sentido importante en mi vida, más de lo que yo
podía creer.
Llueve.
Estamos a mediados de otoño así que en una ciudad tan
fría como New Hampshire el hecho de que llueva y de que los arboles se queden;
vamos a variar un poco para marcar estilo, calvos; sin pelo, es lo más natural
del mundo.
La afirmación del principio todavía no está
científicamente probada por mi sino mas bien es una suposición, un augurio; un
muy mal augurio. No me he molestado ni en moverme un centímetro para ir a
comprobarlo. Por ganas que no sean, por supuesto pero como siempre me puede más
la modorra que la curiosidad. Todos debéis conocer ese dicho tan popular de la
curiosidad mato la gato pues en mi caso es al revés yo mate a la curiosidad.
Son las 11:45 de la mañana y desde mi estado profundo
de simulada soñera no paro de maldecir que mi habitación no sea a prueba de
ruidos o en otras palabras insonorizada. Así tal vez dejaría de escuchar la que
se tienen montada mis padres abajo con mi hermano el revolucionario que todavía
no sabe distinguir entre entrar de puntillas y entrar tirando cosas por el camino.
Llevan dando vueltas a lo mismo desde hace dos horas, están intentando
convencerlo de que salir a hurtadillas por la ventana de su habitación es algo
poco ético y para mejorar la situación meten a una pobre infeliz; que no está
allí presente para defenderse de futuras acusaciones, en el eje de la
discusión, es decir, a mí. Al final terminan él y papá a grito pelado y mamá
por otro lado intentado establecer la paz mundial. Por si el vecindario no
tiene suficientes chismorreos con los que lidiar últimamente. Aquí las noticias
no corren, ja, si el problema no es ese, la cuestión es que vuelan a la
velocidad de las partículas de la luz o lo que pasado a cifras seria 300.000 kilómetros
por segundo. Así que calculando así por lo arriba, todos aquellos que viven a
mas de tres kilómetros a la redonda ya deben saber que en mi casa el ambiente
esta caldeado. No, no soy una genio en Matemáticas, es mas soy de esas que
tienen un 99,9% de probabilidades de suspender cuando de números se tratan.
Pero se me acaba de ocurrir una idea brillante que podre utilizar para embellecer
mi dos sobre diez en Cálculo y es utilizando la nombrada por mi desde este
momento ‘Teoría del uso razonable de las Matemáticas aplicadas a casos
infructuosos´ ¿En qué consiste? Pues muy fácil, utilizo el cálculo de
probabilidad para demostrarle a mamá de que tengo posibilidades de aprobar de
aquí a final del curso, si el profesor no me tuviese en la mirilla.
Al final me doy por vencida,
está claro que en esta casa nadie me quiere dado que no piensan en lo
importante que es para mí dormir más de ocho malditas horas. Así que cuando me
destapo la cabeza lista para poner los pies en la tierra intento que mi karma se
estabilice para no empezar a bombardear a Evan con insultos. No lo hago porque
no quiera, si por mi fuera el no existiera, más que nada porque no para de
preocupar a mamá y a papá con su estúpido comportamiento de adolescente con
hormonas fuera de control que quiere demostrarle al mundo que es un adulto con
la mente de un niño que todavía no sabe diferenciar entre lo que está bien y lo
que está mal.
Bajo las escaleras hasta
encontrarme con mi familia al completo en la sala principal. Creo que se me
olvido comentar que todos me miran con cara de pocos amigos. Parecen leones
preparados para atacar a indefenso ciervo; es decir, yo.
—Buenos días—Saludo fingiendo
una sonrisa.
Papá es el primero en
contestar. El pobre esta tan tenso después de la discusión con el idiota
integral de mi hermano que se olvida sonreír. Y como siempre Evan aprovecha mi
entrada en acción para escaquearse de más charlas interminables y subir las
escaleras a su habitación donde se pasara el resto del día de puerta cerrada.
Al pasar por mi lado le hago la zancadilla y el muy tonto tropieza, me mira con
el ceño fruncido a lo que aprieto los labios y sonrió con malicia. Es mi
venganza personal. Así recordara la
próxima vez que quiera desaparecer a altas horas de la noche y volver a las
nueve de la mañana que no debe entrar lanzando cosas.
Mis padres siguen tan envueltos
en su nebulosa en la que su única preocupación es Evan que no se dan cuenta de
que su hija también está en la habitación. Paso directamente de ellos y me voy
a desayunar. Hoy toca reunión en la torre del reloj. En realidad más que una
reunión es una forma de escaquearse de hacer los trabajos de casa los sábados.
La inventamos Rachel y yo cuando íbamos en segundo y hasta próximo aviso seguía
vigente. Para nuestros padres era una forma de que sus hijos se integraran y
formalizaran sus relaciones amistosas así que nos permitían hacerla siempre y
cuando fuéramos adultas responsables y prometiéramos ante la ley; es decir
ellos, no invitar a chicos. Lo cual para mí no era ningún inconveniente dado
que todavía no sentía ninguna especie de
atracción hacia el sexo opuesto. Después de darles muchas vueltas llegue a la
conclusión de que debía ser porque tenía un hermano un año menor y sabia que
los chicos eran unos completos I.I. (Idiotas integrales) Además también estaba
el hermano de Rachel, Matt el cual yo consideraba otro hermano mas. Matt era un
año mayor que yo, nos conocemos desde que su familia se mudo a nuestro barrio
en New Hampshire hace cinco años. En aquel entonces Rachel y yo teníamos trece
años y él catorce. Íbamos juntos a todas partes. Jugábamos cartas donde como
siempre yo ganaba a base de mentiras y trampas.
Cuando llegaba el verano nos
juntábamos todos los días para ir juntos a las piscinas comunitarias y para
hacer excursiones a las tiendas de gominolas. Pero como ha venido ocurriendo
desde prácticamente toda la vida nuestros gustos e intereses cambiaron. A
Rachel y a mi empezaban a interesarnos los chicos, ir de compras, los
cotilleos; vamos lo que le suele interesar a una chica de quince años y a él
los videojuegos, salir con los amigos los fines de semana de fiesta, beber, en
fin para que continuar. No apruebo el comportamiento de Matt desde hace años
como tampoco apruebo que mi hermano siga sus pasos. Matt me había decepcionado
de tal manera que trataba lo menos posible de toparme con él.
Este era mi último año y el de
Rachel en el instituto, el año que viene ambas íbamos a empezar la universidad.
De solo pensar que me iba volver independiente y de que no iba a tener que
aguantar nunca más numeritos como el de hoy salto de felicidad. Rachel y yo
teníamos un plan. Uno que si todo iba como lo teníamos planeado y nadie se
empeñaba en meter el pie iba a ir como la seda. Por supuesto no os lo voy a
contar, la envidia corroe los huesos y hoy en día en esta sociedad no debes confiar
ni en tu propia sombra porque hasta esta cuando menos te lo esperas y le des la
espalda te puede traicionar.
En definitiva y para terminar debéis
acordaos aunque os resulte imposible de esta frase porque cuando terminéis el
libro la vais a necesitar: Lo imposible también existe aunque no lo queramos
ver.
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